¿Cambio de ciclo?

Los cambios de ciclo a veces no son fáciles de ver. Todo parece seguir igual hasta que de un día para otro se evidencian una serie de circunstancias, y entonces nos preguntamos desconsolados: “¿Cómo no pudimos verlo antes? ¿Cómo no nos dimos cuenta?”. Es algo que ha pasado en nuestra reciente historia, es algo que quizá esté pasando ahora y, sin duda, es algo que seguirá pasando.

La psicología social tiene una respuesta para ello. Se llama la “mente rebaño”, un concepto que a veces se ha utilizado para explicar dinámicas grupales que escapan a una explicación abiertamente racional, que proviene de la etología y de ahí también el nombre. Naturalistas han observado como muchas veces un animal que forma parte de un rebaño si ve a un depredador, no comenzará a huir hasta que observa que el rebaño, que el grupo se pone en movimiento. Curiosamente este mismo animal emprenderá una huida desaforada si percibe que el rebaño se activa, aunque no perciba directamente amenaza alguna. Este patrón es aplicable a otros mamíferos como los humanos. En cierta manera, a nuestra psique le reconforta adherirse a un patrón colectivo.

Algunos activistas llevan advirtiéndonos que nuestra respuesta global ante la amenaza del cambio climático sigue este patrón. Estamos viendo las señales, son obvias, pero nadie parece hacer nada al respecto. El rebaño sigue paciendo. Todo sea dicho, aparte de estas etéreas dinámicas sociales, se debe subrayar que existen una serie de inercias materiales que no son fáciles de alterar y que también, sin duda, pueden explicar lo difícil que es cambiar de un día para otro. Probablemente y esto es inquietante, necesitamos de una amenaza inminente o de algún tipo de catástrofe para ser capaces de impulsar un cambio profundo y real. Así es probable que la invasión de Ucrania por Rusia vaya a hacer más por las energías renovables que los centenares de bienpensantes campañas de concienciación.

Pero hoy no quería hablar de cambio climático sino de un cambio de paradigma, de un probable fin de ciclo con el que puede estar relacionado y que puede llegar a transformar nuestro modelo económico a escala global. La pandemia fue un claro recordatorio, pero la guerra abierta en Europa nos lo ha reconfirmado. ¿Debemos empezar a pensar que la era de la abundancia material ha concluido? ¿Debemos dejar de dar por hecho que vamos a tener permanentemente acceso a energía, materias primas y alimentos baratos?

El modelo de expansión económico global de las últimas décadas, aupado en una exitosa y galopante globalización, nos ha hecho pensar que sí. Que podíamos transportar flujos de capital y mercancías de un lugar a otro, añadiendo plusvalías y explotando diferenciales con alegría. Que incluso nosotros como ciudadanos podíamos cruzar océanos para tomar el sol en una playa remota. La nueva economía todo lo podía. Pero el modelo empieza a dar preocupantes señales de agotamiento que se han trasladado al inevitable termostato que nos avisa de que algo no va bien: los precios.

El año pasado en estas mismas páginas ya dediqué un artículo a la inflación donde parecía que la tendencia al alza que por entonces se intuía, podía ser un reflujo postpandémico, pero quizá debamos empezar a pensar que nos estamos adentrando en un escenario donde la energía va a ser más cara y vamos a tener que hacer un uso mucho más racional de ella, donde las materias primas sean utilizadas para productos donde acabe premiando no tanto la cantidad sino la calidad y que por fin valoremos de verdad lo que comemos. La situación es preocupante y además no podemos descartar tener que sumar inquietantes derivadas geopolíticas, de consecuencias terribles para algunas de las sociedades más vulnerables. No obstante, enfrentándonos a estos posibles traumas, quizá estemos construyendo los cimientos de un modelo más local y regional, no tan globalizado, más respetuoso con el uso de la energía, menos consumista, más equitativo con los genuinos productores (agricultores, ganaderos, fabricantes), no tan favorable con los que facilitan el intercambio, y que además incentive tecnología e innovación más verde. Así, sin ser del todo conscientes, quizá estemos aliviando la próxima crisis, la ambiental, a la que, sin duda, tarde o temprano, nos enfrentaremos.